Esta etapa histórica comprende desde finales del siglo XV hasta finales del XVIII, aproximadamente tres siglos. También se conoce como el Antiguo Régimen. Se inicia este período con una mayor centralización del poder real tras la llegada de los Reyes Católicos, que crearon nuevas instituciones que limitarían el poder de la nobleza. Parte de esta aristocracia se trasladará a la corte al servicio de la nueva monarquía.
En la división territorial imperarán los derechos señoriales adquiridos sobre un espacio geográfico por donación o herencia, dando lugar a las jurisdicciones y cotos, sobre los que un señor, eclesiástico o laico, ejercerá la autoridad y tendrá derecho a cobrar una serie de tributos a los habitantes de ese territorio acotado. Cada una de estas jurisdicciones estaba dividida en parroquias.
A Costa da Morte durante este período pertenecía a la extensa provincia de Santiago, excepto las tierras ubicadas más al norte de la comarca de Bergantiños, incluidas en la provincia de A Coruña. Gran parte de esta región costera estaba bajo el señorío de los Moscoso o condes de Altamira, que ejercían su dominio sobre las amplias jurisdicciones de Corcubión, Vimianzo y Mens, que comprendían un total de setenta y dos parroquias y una superficie aproximada de unos 675 km², casi la mitad del espacio geográfico de estas tierras más occidentales. Sobre el resto compartían señorío abades o priores de monasterios, obispos y arzobispos, el rey u otros nobles como los Bermúdez de Castro de las torres de Nogueira (Seavia, Coristanco) o de la villa de Caión, o los condes de Maceda que compartían señorío en varias parroquias con el conde de Altamira. Del arzobispado de Santiago dependían las villas de Fisterra, Muxía o Malpica, mientras que el monasterio de San Martiño Pinario imponía su autoridad sobre las jurisdicciones de Ozón (Muxía), Baíñas (Vimianzo) o Rus (Carballo).

Durante los siglos de la Edad Moderna, la población de A Costa da Morte aumentó en términos generales, en los siglos XVI y XVII. El mayor crecimiento se produjo en la zona costera debido al aumento de la actividad pesquera y del comercio derivado de la misma. No obstante, hubo períodos de descenso, como la epidemia que se produjo hacia el año 1571, que en el caso de la villa de Muxía, de 140 vecinos, tan sólo quedaron 40 (Benlloch del Río, 2010: 39). Esta tendencia alcista de la población se consolidará a partir de mediados del siglo XVII, ocasionada por la introducción del cultivo del maíz, llegado de América, que se inicia en las comarcas costeras, porque presentaban mejores condiciones climáticas para su adaptación.
Según el censo de 1533 sobre la población de cotos y jurisdicciones de la corona de Castilla, las villas de la parte sur de A Costa da Morte tenían este número de vecinos: Muxía 57 (unos 228 hab.), Cee 59 (236 hab.), Corcubión 46 (184 hab.) y Fisterra 39 (156 hab.), datos que no son muy fiables, pero que nos dan una aproximación de la población de estos núcleos.
A comienzos del siglo XVII, según los datos que nos aporta el cardenal Jerónimo del Hoyo en sus Memorias (1607), en las villas de Cee y Corcubión se producirá un significativo aumento de su población, mientras que en las demás el incremento fue mucho menor.
Ciudades | Residentes | Habitantes (approx.) |
Fisterra | 60 | 240 |
Corcubión | 120 | 480 |
Cee | 120 | 480 |
Muxía | 60 | 240 |
Camariñas | 50 | 200 |
Laxe | 40 | 160 |
Malpica | 62 | 248 |
En todas estas villas la actividad económica principal era la pesca y el comercio marítimo. Las especies que más se capturaban eran la sardina, la merluza y el congrio. Todos estos pescados para ser comercializados era preciso conservarlos con sal, con humo o curarlos al aire. La sardina, una vez pescada con red, se salaba o se ahumaba. La sal era un producto escaso que procedía de Portugal o Bretaña y se vendía en régimen de estanco por funcionarios de la corona en los alfolines. En el siglo XV ya se citan establecimientos de este tipo en las villas de Fisterra, Corcubión, Cee y Muxía. El ahumado se realizaba en locales cerrados -Los fumeiros-, quemando distintas plantas, sobre todo laurel.

El congrio y la merluza se curaban al aire. Esta última también se podía salar. El congrio se pescaba con gorentes, una especie de palangre antiguo, y se secaba en estructuras de madera ubicadas en la costa sobre las que se colgaba el pescado después de eviscerado, lañado y lavado en agua de mar. El viento seco del noreste propio de esta costa es el ideal para este proceso. La merluza se secaba también en unos entramados de madera construidos al lado de las casas -los caniços-, tal como se recoge en la historia de la villa de Cee (Castiñeira Castro, V. M., 1999: 253).
Este pescado curado o salado se exportaba a diferentes puertos de la península ibérica. Hay constancia de que durante los siglos XVI y XVII tratantes de As Rías Baixas venían a comprar congrio y merluza a distintos puertos de A Costa da Morte para luego venderlos en el País Vasco, en Portugal o en puertos del Mediterráneo. Desde allí se introducía a zonas del interior de la Rioja, Castilla o Aragón. También había barcos de estos puertos que se dedicaban a transportar este tipo de pescado a otros lugares de la costa peninsular; eran los denominados barcos de cubierta. Camariñas era uno de los puertos que más se dedicaba a esta actividad comercial. De aquí salían embarcaciones cargadas de sardina para el País Vasco y volvían con hierro.
Por esta época también se practicó la pesca de la ballena en puertos de A Costa da Morte, sobre todo en los de la parte norte. Esta actividad ya se cita en la Edad Media, pero la referencia más detallada nos la da el Licenciado Molina a mediados del siglo XVI cuando habla de los puertos de Malpica y Caión. Se practicaba en los meses de invierno y se aprovechaba para la producción de aceite. A finales del siglo XVII se abandonó debido a la competencia de otros países.

A mediados del siglo XVIII se producirán notables cambios en el sector pesquero gallego a consecuencia de la promulgación de las Ordenanzas Generales de 1748, que en teoría liberaban a los marineros de las imposiciones jurisdiccionales de la iglesia y la nobleza, aunque se les continuó a reclamar algunos tributos. También se estableció la seguridad marítima, la libertad de pesca y la posibilidad de incorporar tecnologías nuevas tanto en la manera de pescar como en la conservación y comercialización, pero esta nueva normativa le traerá a los marineros gallegos una serie de compromisos y deberes que serán muy perjudiciales para ejercer su trabajo y permitirá la llegada de los catalanes a nuestras costas, primero de manera ocasional y después de una manera permanente.
Estos fomentadores disfrutaban del privilegio de no tener el deber de prestar el servicio en la Armada porque al estar matriculados en los gremios catalanes, allí no eran reclamados, mientras que los marineros gallegos se veían obligados a prestar ese servicio entre los 16 y 60 años, teniendo que incorporarse en caso de cualquier conflicto bélico.
Los catalanes llegaron a nuestras costas con la intención de pescar la abundante sardina que había y, una vez salada, la comercializaban en el mercado Mediterráneo. Su presencia introdujo muchos cambios en el mundo del mar, ya que llegaron a dominar el sector pesquero utilizando técnicas más avanzadas y agresivas, como la jábega o el uso del prensado en la conserva. En el comercio potenciarán la ruta del Mediterráneo, llevando sardina salada y trayendo vinos, aguardientes o sal.
Estos nuevos empresarios se integrarán en la élite de la sociedad de nuestras villas costeras y ocuparán puestos relevantes en la administración y en la política. En la ría de Corcubión hay datos de la llegada de los catalanes hacia el año 1755. Los puertos donde tuvieron una mayor presencia fueron en el de Fisterra, Cee, Corcubión, Camariñas y Laxe. Los apellidos catalanes Xampen, Pou, Agramunt o Carbonell fueron los más frecuentes en la ría de Corcubión, y los de Domènech, Mas, Haz o Borrell, en las rías de Camariñas y Corme y Laxe.

Durante los años de la Edad Moderna nuestras villas costeras, como otras del litoral gallego, sufrieron los ataques de la piratería procedente de países atlánticos europeos y también del norte de África. Los núcleos de Fisterra, Corcubión, Cee, Muxía, Camariñas o Laxe fueron los que sufrieron los mayores saqueos, pues apenas disponían de medios para hacerle frente a estas acometidas por mar; tan sólo contaban con pequeños reductos defensivos en los que había algún cañón. No será hasta mediados del siglo XVIII cuando se construyan las primeras baterías defensivas en las rías de Corcubión y Camariñas. En la primera se levantarán las fortalezas de San Carlos (Fisterra), del Cardenal (Corcubión) y la del Príncipe (Cee), que aún se conservan en la actualidad. En la ría de Camariñas se construyó la del Soberano, de la que tan sólo quedan los cimientos.
Si los habitantes de las villas del litoral de A Costa da Morte vivían fundamentalmente de la pesca, los de las zonas del interior lo hacían de la agricultura y ganadería. La mayoría de las tierras que trabajaban eran arrendadas a través de un contrato foral otorgado por una institución eclesiástica, por un noble o hidalgo, que imponía el deber de pagar una renta anual casi siempre en especie: trigo, centeno o maíz.
Los prioratos como el de Moraime, Ozón o Baíñas tenían muchas tierras aforadas de las que recaudaban grandes cantidades de cereal. Las rentas que anualmente recibía Moraime durante la segunda mitad del siglo XVII eran de unos 3500 ferrados de trigo, más de 1000 ferrados de maíz y unos 600 de centeno, de ahí que fuera uno de los prioratos que más renta aportaba al monasterio de San Martiño Pinario de Santiago, de quien dependía. Las rentas que cada año aportaban conjuntamente los prioratos de Ozón y Baíñas, también a San Martiño, andaban alrededor de los 2700 ferrados de trigo, 1200 de centeno y unos 800 de maíz (Castiñeira Castro, 2000: 2019).

Una vez pagadas las rentas forales y demás tributos al campesinado, apenas le quedaba recursos para sobrevivir. El trigo que recogía prácticamente iba todo destinado a abonar foros y otros impuestos; procuraba guardar una reserva de maíz para cocer el pan de borona y alimentar los animales domésticos.
Las fincas de las explotaciones agrarias eran de reducidas dimensiones y en ellas se realizaba una rotación trienal de cultivos. El primer año se sembraba trigo o centeno y los dos siguientes, maíz.
A partir del siglo XVIII se introducirá el cultivo de la patata, planta también llegada de América, que comenzó a extenderse desde las tierras del interior hacia las de la costa. Este tubérculo sustituirá a la castaña y contribuirá a la mejora de la alimentación de las clases más desfavorecidas.
Como muestra de la intensa introducción del maíz en las tierras de A Costa da Morte nos queda la numerosa cantidad de hórreos o cabazos que se construyeron para almacenar y conservar este cereal. De todos ellos, destacan algunos por su longitud, como el de Lira, Carnota, Ozón, Cereixo o Cambeda. Excepto el de Cereixo, los demás pertenecían a la iglesia, en los que se guardaba la cosecha de las rentas e impuestos que los campesinos pagaban a esta institución. En las villas del litoral, la profesión de marinero era predominante, pero también había otras, como la de comerciante, artesano, zapatero, sastre, boticario o abogado, porque estos núcleos cumplían también la función de pequeños centros comerciales y de servicios para la población de alrededor. En las parroquias del rural dominaba el oficio de labrador, aunque también podía haber algún tabernero, carpintero, herrero, zapatero, costurera o tejedora. Algunos de ellos ejercían la profesión a tiempo parcial, alternando con el trabajo agrícola. Un caso especial era el de Buño, especializado en la profesión alfarera, que practicaba la mayoría de su población. Esta actividad ya aparece documentada en el siglo XVI, cuando artesanos de esta parroquia bergantiñana hicieron las cañerías para la primera traída de aguas de la ciudad de A Coruña.

La cerámica de Buño se exportaba por mar desde Ponteceso o Corme a otras partes de Galicia e incluso de Asturias y Portugal. Por tierra, eran los arrieros xalleiros los que la distribuían por ferias y núcleos del interior.
El cultivo del lino también tuvo cierta relevancia en las tierras de A Costa da Morte, sobre todo en las comarcas de Soneira y Bergantiños. Con él se elaboraban diversos tejidos en los telares que había en el medio rural para uso doméstico o para exportar. La llegada del lino de fuera y la industria textil hicieron desaparecer este tejido artesano.
La artesanía que alcanzó un mayor desarrollo en el territorio de nuestra región costera fue la del encaje, sobre todo en la zona litoral. Se desconoce cómo se introdujo en Galicia, pero en el siglo XV ya hay noticias de su presencia. A mediados del siglo XVIII se extendía por todo el litoral gallego y algunas zonas de interior. Finalmente, quedaría reducida su práctica a los aledaños de la ría de Camariñas. Tuvo cierta importancia para la economía familiar, ya que representaba un complemento necesario para los hogares de marineros y labradores. Antes de alcanzar su momento de esplendor a finales del siglo XIX y primeras décadas del XX, cuando esta artesanía aprovechó la gran demanda de los países latinoamericanos, se comercializaba por Galicia y zonas del interior peninsular, llevada por campesinos que iban a la siega a Castilla.
