
El topónimo que actualmente define la zona costera más occidental de Galicia nació a finales del siglo XIX cuando en este peligroso litoral se produjeron las mayores catástrofes marinas en las cercanías del cabo Vilán.

La primera de ellas fue la del carguero inglés Iris Hull, en 1883, en el denominado bajo de Antón, próximo a la punta de O Boi. De los 38 tripulantes que iban a bordo, sólo se salvó uno de ellos.
Siete años después, el 10 de noviembre de 1890, el crucero británico H.M.S. Serpent, procedente de Plymouth, que se dirigía a Sierra Leona, batió contra la punta de O Boi, ocasionando la mayor de las catástrofes marinas de esta zona costera, ya que de los 176 tripulantes que llevaba, sólo lograron salvarse 3 de ellos. Este naufragio produjo un enorme impacto en Inglaterra tanto por el número de víctimas como por el tipo de personas que formaban la tripulación de este buque de la armada británica.
El gobierno inglés vertió duras críticas contra el español de aquel momento por la deficiente señalización de este peligroso tramo litoral, pues en aquella época sólo estaba en funcionamiento el faro Vilán antiguo, de cuarta orden, con escasa potencia luminosa, que dejaba una zona oscura de 21º producida por la cumbre del Vilán de Terra, en la que se incluía la temida punta de O Boi.
Tres años después de este trágico suceso, cerca de este lugar, en el bajo de Lucín, al oeste del anterior saliente, embarrancó el carguero británico Trinacria, el 7 de febrero de 1893, dejando un total de 30 víctimas, de los 37 tripulantes que llevaba.
Estas tres tragedias ocurridas casi en el mismo lugar, en un período de tiempo de tan sólo diez años y con más de 200 muertos de un mismo país, causaron una gran conmoción a nivel social y político en la sociedad inglesa, pero también en Galicia y en el resto de España.
Sería a partir de esta fatídica década de finales del siglo XIX cuando se comenzaría a bautizar este tramo costero con la lúgubre denominación de Costa da Morte. Desconocemos si el nuevo topónimo fue creado en territorio británico o gallego.
Hasta el momento, la fecha más temprana de la que disponemos por escrito es la del 14 de enero de 1904, que aparece publicada en el periódico coruñés El Noroeste, en un apartado bajo el epígrafe de “Siniestros Marítimos” y que lleva por titular “Tres buques náufragos” y debajo, como subtítulo “La Costa de la Muerte”. La noticia se refería a los naufragios del carbonero inglés Kenmore, hundido frente a la playa de Traba de Laxe; a la draga holandesa Rosario, que naufragó en la ensenada de Santa Mariña; y a la goleta española Francisco Rosa, embarrancada a la entrada del puerto de Corcubión.
Al mes siguiente de publicarse esta noticia en el periódico herculino se produjo el naufragio del vapor, también británico, Yeoman, en la siniestra Pedra do Porto, a la entrada de la ensenada de Camelle. Llevaba una tripulación de 86 personas, de las que 4 perdieron la vida.
Los periódicos que recogen esta noticia ya citan el topónimo “Costa de la Muerte”, lo que supone un uso generalizado del mismo, referido sobre todo a la parte del litoral comprendida entre Camelle y cabo Vilán. Entre los diarios que citan este nombre algunos son madrileños como El Heraldo de Madrid o El Imparcial. En este mismo año también ya se recoge el nombre “costa brava o de la muerte” en el proyecto de reforma del Plan General de Balizamiento de la costa del noroeste de España.
En febrero de este mismo 1904, la escritora coruñesa Emilia Pardo Bazán, en uno de sus artículos publicados en la revista barcelonesa La Ilustración Artística, también hace alusión a este nombre.
“Existe en mi tierra una costa brava que recibe, en el lenguaje popular, el nombre de Costa de la Muerte”.
El bardo Eduardo Pondal es el primero que escribe esta denominación en gallego. Lo hizo en uno de sus poemas, del que no tenemos su datación exacta, pero posiblemente se corresponda con estos primeros años del siglo XX. Pondal le otorga una intensa carga negativa a este topónimo, influido seguramente por el ambiente trágico producido por las continuas catástrofes marinas del momento, sobre todo de barcos británicos, que eran, con diferencia, los que más circulaban por esta costa.
O fero Britano cruzando do norte, de medo tembrando, escrama de longe: “¡A costa do pranto, a costa da morte!”
Eduardo Pondal
Poco después aparece recogido en lengua inglesa este nuevo término. La primera cita de la que tenemos constancia es de la viajera y escritora Annette Meakin, quien anotó en su diario el nombre de Coast of Death (Costa da Morte), que parece ser que le había escuchado a los marineros herculinos y que dejó impreso varias veces en su libro Galicia, the Switzerland of Spain, en 1909. Meakin nos informa de que esta denominación era ya conocida entre la gente del mar de Inglaterra debido a los numerosos naufragios de barcos de este país en esta parte del litoral gallego.
Otro viajero y escritor que utiliza el nombre de A Costa da Morte en su obra y que contribuyó a estenderlo en el habla inglesa fue Aubrey Fitz Gerald Bell (1881-1950), periodista, escritor y traductor. En su etapa de corresponsal del periódico británico Morning Post en Portugal, viajó por Galicia y el resto de España, incluida A Costa da Morte, que, según él, se extendía desde Vigo hasta Malpica.
“En la calma acogedora de la carretera de Fisterra se olvida todo el referente a la Costa da Morte, que es el nombre que se le da a la costa gallega desde Vigo hasta Malpica y las islas Sisargas.”
(Aubrey F. G. Bell, 1922)

También ayudó a dar a conocer la denominación Costa da Morte el escritor andaluz José Mas, autor de la novela que precisamente llevaba por título La Costa de la Muerte, en 1928, cuya acción se desarrolla sobre todo en el puerto de Malpica, con incursiones a otros lugares de este litoral, como Corme, Laxe, Camariñas, Muxía o Fisterra.
Al contrario de otros escritores, Mas, valiéndose de uno de sus personajes, Adrián, trata de desmentir las distintas leyendas negativas que se crearon sobre A Costa da Morte, como que sus habitantes provocaban los naufragios o que eran insolidarios ante las catástrofes marinas, atribuyendo estos accidentes a fenómenos atmosféricos naturales, como los frecuentes temporales del invierno o los fuertes vientos que afectan a este litoral, y también a la deficiencia de sistemas de señalización, como los faros, o a los fallos humanos.
Como contraposición a esa visión tétrica que transmitía este topónimo, él proponía la denominación de Costa de la Vida, término positivo al que se sumaron muchos otros autores, como Eugenio Carré Aldao, Francisco Ramón y Ballesteros o José Baña Heim.
No obstante, la denominación que va a triunfar será Costa da Morte, sobre todo cuando a partir del último tercio del siglo XX comienzan a editarse publicaciones en las que aparece ese término y la zona se convierte en un gran reclamo turístico debido a sus atractivos recursos naturales, históricos, culturales o gastronómicos.
La carga negativa que en un principio contenía este nombre se transformó en un atractivo más, aportándole un carácter misterioso, legendario y singular, que, unido a los demás potenciales, convertirá esta Fisterra europea en uno de los lugares más visitados de Galicia.