Historia
Las buenas condiciones que ofrece la zona costera en la que se asienta la actual villa de Fisterra determinaron que estuviera habitada desde tiempos prehistóricos, aunque carecemos de datos para confirmarlo. La villa se formó en el medievo para aprovechar los recursos que ofrecía el mar tanto relacionados con la pesca como con las actividades comerciales.

Desde finales del siglo XIII, hasta finales del siguiente, esta villa marinera perteneció a los Mariño, una familia noble con abundantes posesiones en estas tierras occidentales. Uno de sus miembros, Vasco Pérez Mariño, llegó a ser obispo de Ourense, lo que explica que la villa fisterrana perteneciera al cabildo orensano. Más tarde, a través de un intercambio entre el arzobispo compostelano y el cabildo de aquella ciudad, Fisterra pasó al poder de la mitra compostelana, dominio que se prolongará durante varios siglos.
A mediados del siglo XVI, además de la iglesia parroquial de Santa Maríadas Areas, situada en las afueras del núcleo urbano, había en Fisterra tres ermitas: la de San Guillerme, en la ladera del monte que lleva este nombre; la de Santa Catalina, situada en la calle con esta denominación; y la de San Roque, a la entrada del núcleo urbano, cerca de crucero de A Cruz de Baixar. Existía también un hospital de peregrinos frente a la parroquial, fundado por el párroco Alonso García en el año 1469.
Desde la Edad Media la villa fisterrana sufrió las invasiones de la piratería extranjera, primero de normandos y musulmanes y después, de ingleses y franceses. En el 1552, piratas franceses atacan Fisterra y saquean la ermita de San Guillerme y se dice que llevaron su cuerpo y un relicario en el que se guardaba un brazo de este santo que había en la iglesia parroquial, así lo recoge el cardenal Del Hoyo en sus Memorias a comienzos del siglo XVII, quien, además ,nos cuenta que la población de esta localidad marinera era muy pobre y sus casas habían sido quemadas en varias ocasiones, que contaba con sesenta vecinos y todos ellos se dedicaban a la pesca.
En el año 1809, Fisterra sufre la invasión de las tropas francesas, que además de saquear la villa ,incendiaron el castillo de San Carlos. Muchos vecinos, ante la imposibilidad de hacerle frente a los invasores, decidieron subir a bordo de embarcaciones y protegerse en el interior de la ría.
A comienzos del siglo XX, Fisterra era ya una villa grande con más de dos mil habitantes, que vivía de la pesca, que tenía como embarcadero la playa de A Ribeira o la de Calafigueira. Disponía de fábricas de salazón, un variado comercio, sociedad recreativa y Pósito de pescadores.
Las casas más antiguas se situaban en torno al arenal de A Ribeira que cumplía la función de puerto natural. El núcleo urbano se configuraba en dos barrios: el más antiguo, conocido como Cabo da Xesta, que tenía como vía principal la que parte de la placita Ara Solis y va a dar a la plaza de la Constitución y luego continúa por la calle Real, y el denominado Cabo da Vila, barrio más moderno, que tiene como arteria principal la calle Santa Catalina, que conduce al ayuntamiento y al final del núcleo. Ambos separados antiguamente por el regato Mixirica, actualmente canalizado, donde se sitúa la calle Federico Ávila, arteria principal por la que se accede al puerto.
Por los años veinte de este mismo siglo Carré Aldao nos describe Fisterra como una villa con calles regulares y casas de buena construcción, al contrario de como la percibe el viajero inglés Aubrey F. G. Bell, que nos dice que sus casas parecen miserables y las calles descuidadas, llenas de basura.

La Fisterra actual es muy distinta a esa que se nos describe hace cien años, aunque conserva buena parte de la estructura antigua, la mayoría de sus casas son de nueva construcción o reformadas. Donde el cambio se percibe con mayor intensidad es en la zona portuaria, lugar en el que se concentra la actividad económica relacionada con la pesca y el sector turístico. El edificio que más nos impacta es la nueva lonja, obra del arquitecto Juan Creus, donde a diario se subastan las capturas de la flota pesquera.
· Ruta a pie por la villa
Iniciamos este recorrido urbano, precisamente, en la explanada portuaria y emprendemos una ruta a pie que nos lleva a conocer esta villa marinera. Un paseo por el muelle nos permitirá contemplar las instalaciones portuarias, las embarcaciones que llenan de colorido las aguas del puerto y los múltiples establecimientos hosteleros con sus terrazas. En la amplia planicie del muelle se sitúa la lonja, un edificio moderno, alrededor del que se mueve toda la actividad pesquera. En esta misma zona llama la atención una enorme ancla pintada de negro. Si nos acercamos a ella vemos que hace referencia al naufragio del Casón, barco de bandera panameña, que embarrancó en 1987 en esta costa y que sembró el pánico entre los habitantes de la zona por la peligrosa carga que transportaba.
Detrás del puerto se sitúa la playa de A Ribeira, una pequeña cala que en tiempos pasados hacía de embarcadero, convertida en el presente en playa urbana. Rodeando este pequeño y protegido arenal, se situaban las casas más antiguas de la villa, de las que apenas quedan vestigios. Una de las pocas que se conservan destaca por tener la entrada en arco apuntado, que recuerda a Fisterra medieval. En el extremo sur de esta pequeña cala se levanta sobre el acantilado el castillo de San Carlos, una de las cuatro fortalezas que los Borbones ordenaron construir para la defensa de esta costa a mediados del siglo XVIII, bajo los planos del ingeniero francés Carlos Lemaur. La forma irregular de su perímetro está motivada por la base rocosa sobre la que se asienta.

Las troneras se orientan en tres direcciones: cabo Fisterra, centro de la ría y el propio núcleo urbano. En su interior disponía de una nave para albergar una pequeña tropa. Durante la invasión francesa fue arrasado. A finales del siglo XIX pasó a ser propiedad del empresario fisterrano, asentado en Corcubión, Plácido Castro Rivas, quien le cederá el edificio al ayuntamiento de Fisterra con la finalidad de que se creara una escuela, pero este objetivo no se cumplió por falta de recursos económicos. En la posguerra hubo un intento de convertirlo en museo, más tampoco se logró. Después de que el edificio pasara por diferentes entidades y se destinara a funciones diversas, en el año 2006, la Cofradía de Pescadores consiguió los fondos económicos para acondicionarlo como Museo de Pesca, que abrió sus instalaciones dos años después. En el tiempo que lleva abierto ya recibió más de 100 000 visitantes, que tuvieron la posibilidad de escuchar las amenas e interesantes explicaciones de su guía Francisco Manuel López Martínez, un conocido poeta local, que firma su obra bajo el seudónimo de Alexandre Nerium. Ningún viajero que se acerque a Fisterra debería dejar de visitar este pequeño, pero interesante museo.
Desde el castillo de San Carlos nos trasladamos a la plaza de Ara Solis, en la que destaca la capilla del Buen Suceso, fundada por el párroco Mateo Pérez Porrúa en el año 1743, de estilo barroco, como apreciamos en su fachada. El retablo de la capilla mayor, también de este mismo estilo, está presidido por la Virgen del Socorro. El crucero y la fuente que están a su lado complementan el conjunto.
En esta misma placita hay una casa antigua con un escudo y un reloj solar que data de comienzos del siglo XVII y muestra la presencia hidalga en esta villa.
Continuamos a través de la calle principal y llegamos a la plaza de la Constitución, centro urbano del núcleo histórico, donde se conservan algunas casas de la pequeña burguesía comercial con balcón o galería, a diferencia de las viviendas marineras, más modestas. Seguimos por la calle Real, arteria principal de la villa, hasta desembocar en la calle que baja al puerto. A la izquierda, haciendo esquina está el albergue de peregrinos, construido en el año 2001, para dar acogida a los numerosos peregrinos que se acercan a Fisterra. Si continuamos de frente por la calle Santa Catalina, nos dirigimos a la casa del Ayuntamiento y a la salida de la villa.
Esta calle central que atraviesa el núcleo fisterrano de este a oeste y que recibe diferentes nombres a lo largo de su trazado, se correspondía con la antigua carretera que conducía a la iglesia parroquial y al faro. Entorno a ella se fue configurando el núcleo urbano y concentrando la actividad comercial, social, cultural y lúdica de la villa. Estaba atravesada en sentido transversal por calles estrechas o callejas que conducían a la ribera, donde se desarrollaba toda la actividad pesquera. Tras la construcción de la nueva zona portuaria y la apertura de la nueva vía de comunicación con el faro, la fisonomía de la villa se transformó.